“Contar todo esto como una semilla, para que no se vuelva a repetir”

Aportes feministas para la documentación de graves violaciones a los derechos humanos y tortura sexual.

Equipo psicosocial participante en el Tribunal de Conciencia sobre el uso de la violación sexual como Crímen de Lesa Humanidad en Nicaragua, en San José, Costa Rica, en septiembre de 2020. Equipo conformado por cuatro psicólogas y tres abogadas, seis de ellas nicaragüenses y una costarricense. Una de las abogadas se encuentra actualmente exiliada en Costa Rica.

Fotobordado: Alicia Henríquez y LaFritangaNica

 

La potencia feminista es capacidad deseante. Esto implica que el deseo no es lo contrario de lo posible, si no la fuerza que empuja lo que es percibido colectivamente y en cada cuerpo como posible.

Verónica Gago

La represión desatada por el régimen Ortega-Murillo desde abril de 2018 a la fecha, ha pasado por distintas etapas y ha escalado incluso a formas hasta entonces impensadas de horror y crueldad. La violencia, extrema y sin sentido, ha tenido un impacto traumático en las víctimas y en la población, que, como la guerra, tomará generaciones elaborar. Desde la sociedad civil se han realizado esfuerzos por documentar las atrocidades para futuros procesos de justicia y reparación del daño.

A continuación se recuperan algunos aportes feministas a la documentación, elaborados  por el equipo encargado de realizar el informe de Impactos psicosociales de la tortura y la tortura sexual en el contexto de la crisis sociopolítica y la represión en Nicaragua a partir de las protestas de abril de 2018.

Documentar como forma de resistencia

La documentación de la tortura sexual se llevó a cabo en medio de la represión que continúa en curso: las víctimas siguen siendo objeto de asedio, estigmatización y precarias condiciones de vida, sobre todo para quienes tuvieron que exiliarse. Por otro lado, los impactos traumáticos de estos crímenes continúan presentes en la vida de las víctimas, a través de una serie de síntomas psicológicos y secuelas físicas. También encontramos que muchas sobrevivientes habían dado su testimonio sin consideraciones sobre su seguridad o el dolor que significa revivir estas experiencias.

Trabajar en un contexto que no es de “posconflicto” , representó el desafío de documentar como parte de un camino  más amplio de acompañamiento; que incluye medidas de protección, ayuda humanitaria y atención médica o psicológica. De este modo, la ética del cuidado feminista se contrapone al abordaje extractivista del testimonio que opera muchas veces en los procesos de documentación.

La ética del cuidado feminista atraviesa también al propio equipo de trabajo. Para esto, compartimos espacios para reflexionar sobre las maneras en que la violencia de género y la tortura sexual como forma de represión política nos impacta y nos interpela, dar lugar a nuestros propios duelos y fortalecer nuestra labor, como una forma de dar sentido a lo que estamos viviendo.

La documentación de violaciones a los derechos humanos es importante no sólo para la denuncia, sino  en el afrontamiento personal y colectivo de los impactos traumáticos de la violencia política. Las entrevistas pueden permitir a las víctimas, cuando se realizan en condiciones adecuadas, ordenar y dar sentido a los hechos, comprender sus propias respuestas y reafirmar los ideales de lucha por la libertad y la democracia. Para las sobrevivientes, dar testimonio de su experiencia es una forma de abonar a la lucha por la justicia, y puede tener un efecto reparador cuando son escuchadas con respeto a su dignidad y se les pone en el centro de los procesos. Esto significa que sus derechos, necesidades y expectativas son tenidas en cuenta a la hora de tomar decisiones metodológicas, políticas y jurídicas, y se les reconoce como sujetxs activxs.

La lucha por la igualdad como parte de nuestra agenda política

La tortura sexual es un acto de violencia y humillación extrema, que reafirma las relaciones de poder y el dominio patriarcal/gubernamental. Envía  un mensaje doble desde el régimen, de desmovilización política y disciplinamiento de género. Esta forma de violencia no es nueva para las mujeres y los cuerpos feminizados, pero había sido normalizada y silenciada, incluso durante el período de la Revolución[1]. En palabras de una integrante del equipo: “Hay crímenes que sí se pueden decir, y crímenes de los que no se puede hablar”. Documentar la violencia sexual significa romper el umbral de lo que no se puede decir, y que la vergüenza que ha recaído históricamente en las víctimas caiga en los perpetradores.

Por otro lado, desde una visión meramente jurídica se corre el riesgo de comprender a la víctima únicamente como quien recibe un daño, y por lo tanto, neutralizar su potencia política y reducir sus demandas a la agenda de reparación, lo cual es evidentemente un derecho. La perspectiva feminista subvierte la noción de víctima centrada en el daño.

Las mujeres sobrevivientes luchan cada día para enfrentar las secuelas de la tortura sexual y además, convierten su dolor en una demanda política. La elaboración del trauma pasa por reconocer la violencia estructural contra las mujeres y los cuerpos feminizados en todos los ámbitos de la vida social y política, y articular ese reconocimiento con el deseo de cambio. En sus propias palabras:

“Yo sé que llegar a un cambio de gobierno, no nos va a garantizar a las mujeres los derechos”.

“Yo como mujer y como joven quiero ser parte de esto para tener justicia, no solo por lo que me pasó a mí o por lo que le pasó a alguien conocido, sino porque la violencia de este tipo, o de todo tipo, y en este caso a las mujeres y niñas, es algo que, aunque este gobierno cambie, no se va a eliminar, porque la cultura y los mismos machos dentro de estas filas Azul y Blanco siempre van a existir. A menos que estemos tratando de hacer un tipo de cambio”.

Junto con las demandas de justicia y reparación integral del daño, las mujeres sobrevivientes luchan por la igualdad en todos los espacios. Esta demanda política prefigura, al mismo tiempo,  formas de vivir y experimentar la igualdad al interior de los movimientos. En otras palabras, articular la lucha por la igualdad a la agenda política de la transición significa no sólo querer cambiar al régimen, sino, como dice Verónica Gago, “el deseo de cambiarlo todo”[2].

__________

[1]La Revolución Popular Sandinista inició en julio de 1979 con la expulsión por las armas de la sangrienta dictadura de los Somoza -que gobernó Nicaragua durante cuatro décadas-. Este período concluyó en febrero de 1990, cuando el Frente Sandinista de Liberación Nacional perdió el poder en las urnas frente a la Unión Nacional Opositara (UNO).

[2] Gago, V. La potencia feminista o el deseo de cambiarlo todo. 1ª ed. México/Oaxaca: Bajo Tierra Ediciones y Pez en el árbol, 2020.