Vivir en el exilio también es resistir
Doctora despedida arbitrariamente.
En 2018 yo trabajaba en el Hospital Oscar Danilo Rosales de León.
El 20 de abril recuerdo estar saliendo del hospital, como a las 3 de la tarde, de repente mucha gente venía corriendo hacia el hospital, no sabía exactamente lo que estaba sucediendo, pero las personas venían corriendo. Ahí empezaron los ataques y la negación del hospital de atender a quienes lo necesitaban.
Ese día, dos horas después me llamaron unos residentes que yo les daba clase, diciéndome que si podía ayudar de manera clandestina porque habían muchos muchachos heridos.
En los siguientes días habíamos muchas personas en el hospital que estábamos en contra de lo que había sucedido y en contra de todas las injusticias que estaban pasando. Yo empecé a participar en las marchas, aunque tenía que tomar muchas medidas de seguridad por la persecución que había.
Participé en dos de los pronunciamientos que hizo el gremio médico, donde dijimos que íbamos a atender a todas las personas independientemente de cualquier credo o religión. El primer pronunciamiento nos dejaron hacerlo en el auditorio del hospital, el segundo tuvimos que hacerlo afuera y ahí nos asediaron, cuando terminó la actividad ví que hasta la directora del hospital nos grababa mientras leíamos el comunicado.
Las semanas siguientes siguieron habiendo ataques, recuerdo en mayo haber ido al tranque de Fundeci porque no me sentía cómoda de irme a mi casa mientras mis alumnos estaban siendo atacados. De repente nos hicieron un anillo por todos lados. Los que estaban a un costado de esa zona empezaron a dispararle a los muchachos. Trajeron a muchas personas, que venían de Nagarote, venían de Cinco Pinos, de Somotillo, de Chinandega, para atacar. Empezamos a pasarle piedras a los muchachos para que se defendieran, después me metí a una casa donde estábamos atendiendo a las personas heridas, me salí a ver lo que pasaba y en ese momento justamente empezaron a rociar la casa con gasolina para quemarla, fueron los sacerdotes que llegaron quienes evitaron que nos incendiaran.
En el hospital pasaron cosas inimaginables, en una ocasión entró la policía con permiso de la directora a sacar a un muchacho que lo estaban operando por dos balazos que había recibido, a un herido le pusieron agua en lugar de suero para que se desangrara, la directora le extrajo a un herido una bala sin técnica de asepsia ni antisepsia, llegaban a tirar como saco de papas a los heridos, les tomaban fotos a sus expedientes para después mandar a paramilitares a asediar sus casas, a veces quienes no estábamos de acuerdo con todo eso nos íbamos al área de emergencia para evitar que bloquearan el acceso de los heridos o para alertar a las familias de lo que pasaba, pero por la represión no siempre lo podíamos hacer.
Dentro del hospital estábamos indignados y molestos, hubo una reunión donde reclamamos porque había personas ajenas infiltradas en el hospital, reclamamos que nos asediaban , que negaban la atención; en esa reunión la directora quiso negar su responsabilidad, incluso diciendo que ella no había estado en el hospital, y fue cuando la encaré y le dije que yo la había visto días antes cuando nos grababa.
En los alrededores de mi casa se colocaron tranques de paramilitares, me asediaban y ofendían porque yo no me les quedaba callada. Mi familia y vecinos me decían que no contestara o que me fuera por otro lado, pero ese era el barrio donde vivía, los invasores eran ellos, yo no tenía por qué cambiar mi ruta.
El 27 de julio nos dijeron que la directora Lejarza nos mandaba a llamar. Ahí nos entregaron la carta de despido sin mayores explicaciones, en mi caso lo único que me dijeron es que habían recibido quejas de Enfermería . Ese fue mi último día después de 21 años de trabajo.
Después de eso no nos volvieron a dejar entrar al edificio porque según ellos representábamos una peligrosidad para la institución y que no podíamos volver a entrar. Ese día nos despidieron a 13 personas: 9 médicos, 3 enfermeros y 1 bioanalista.
Hubo gente del FSLN preguntando por mí en mi barrio, mi mamá de 88 años tenía mucho miedo por mi seguridad, trabajadores del hospital que fueron paramilitares conocían dónde yo vivía, y fue por todas esas razones que decidí irme. En el exilio recibí acompañamiento psicológico y ahí me diagnosticaron estrés postraumático.
El cambio en mi vida ha sido drástico. Los médicos desgraciadamente sólo podemos hacer medicina. En el lugar donde estoy ahorita tengo como dos años de no ejercer, excepto de mayo hasta octubre del 2020 que me uní con médicos de Nicaragua para atender por WhatsApp a pacientes de coronavirus. No me arrepiento de nada y lo volvería a hacer, en esos días me sumé porque pensaba que con la unidad seríamos capaces de derrotar al dictador. En este momento me siento un poco desanimada y desesperanzada por todo lo que pasa dentro de la oposición, una oposición que no es opositora.
Las terapias y la oración me han ayudado a enfrentar todo, cuando estoy desanimada pienso en las madres que tienen hijos desaparecidos, asesinados o encarcelados, en ellas también encuentro fortaleza. Recuerdo también la bandera como símbolo de resistencia, pienso en todas esas marchas donde tenía que salir con la bandera a escondidas dentro de mi ropa. Si pudiera cambiar algo, sería no volver a experimentar una experiencia tan difícil como es el exilio. Vivir en el exilio también es resistir.
Para mí la resistencia es no perder la esperanza.