Crisis o Violencia Cotidiana
Ana Lucía Álvarez Vijil. Economista feminista y defensora de derechos humanos.
Desde abril de 2018 gran parte de la población construimos una idea hegemónica sobre lo que entendimos como crisis, desgarradora, pero incompleta. Relacionada con la vulneración sistemática por parte del Estado, de todos los derechos políticos y civiles, como resultado del desmantelamiento de la institucionalidad democrática del país, y que ha dejado como saldo, más de 300 personas asesinadas, más de 1000 personas presas políticas, más de 70 000 personas en el exilio, entre otros datos. La situación que se refleja a través de las cifras indica una realidad desgarradora, que ha despertado nuestra rabia y reafirmado el compromiso de un gran sector de la población con la justicia, memoria y no repetición. Sin embargo, también refleja una realidad incompleta, por tanto, resulta importante reflexionar sobre qué entendemos por la crisis que vivimos en Nicaragua, ya que de esta idea se construyen las bases de la memoria sobre lo que ocurre, dónde ocurre y a quiénes le ocurre, y de esa narrativa, de lo que se incluya y de lo que no, se consolidarán las bases de los procesos de justicia, memoria y reparación en Nicaragua.
Cuando de lo que vivimos en Nicaragua visibilizamos únicamente la realidad arriba planteada construimos un supuesto temporal, donde inicia una crisis en 2018. Cuando por otro lado desagregamos esas cifras, identificamos como las personas afectadas mayoritariamente, a hombres del Pacífico urbano, así como formas específicas de ejercer violencia por parte del Estado. Pero ¿Qué pasaba antes de 2018? ¿Qué pasa con la ruralidad de Nicaragua? ¿Qué pasa con los pueblos indígenas y afrodescendientes? ¿Qué pasa con las mujeres, específicamente mujeres rurales y racializadas? ¿Será que han sido afectadas en menor proporción por la violencia de Estado? o ¿Que los hechos que las afectan y vulneran en mayor medida, han sido desdibujados y silenciados?
Cuando partimos de esta noción incompleta de crisis, se construye un discurso excluyente de otras realidades, violencias estructurales y modos de represión, que tiene implicaciones concretas en los tipos específicos de conflictividades que se visibilizan y los hechos victimizantes que resultan, que, por sus características y factores explicativos, sus ocurrencias están más concentradas en ciertas regiones, lugares, tipos y formas de violencias, así como grupos poblacionales. Por lo tanto, esta idea de crisis antes descrita, que es la hegemónica y que ya ha sido cuestionada por varios grupos de personas, no es neutra políticamente, sino que tiene implicancias patriarcales y colonialistas.
Decodificar la naturaleza patriarcal y colonial de esa idea de crisis, implica, por tanto, cuestionar la temporalidad, analizar cómo se ejerce la violencia, visibilizar las implicaciones diversas que estas tienen para las poblaciones antes mencionadas. Sobre todo, cuando las formas de violencia no son excluyentes, sino que se dan de forma simultánea y diversa según cuerpos individuales y colectivos, territorios y tiempos. En el sentido anterior, la violencia pasa de ser una crisis, a ser la cotidianidad, un continuum de violencias.
Hablar sobre el continuum de violencia en Nicaragua en claves antipatriarcales y anticolonialistas , pasa también por analizar la forma en la que se inscribe el ejercicio de la violencia, tanto por agentes de la represión como por el sistema mismo, relacionada con el poder sobre los cuerpos. Esta forma de ejercer poder es profundamente patriarcal. Por su finalidad, que es expresar control, soberanía y dominio sobre otra persona, comunidad o territorio, Segato (2013) la llama violencia expresiva.
Aunque esa forma de ejercer violencia expresiva atraviesa cuerpos diversos, aún los masculinos, para mujeres -especialmente para mujeres racializadas y mujeres rurales- adicionalmente analizar cómo esa violencia expresiva se focaliza hacia familia, comunidad y territorio, es central para entender las agresiones múltiples y agravadas que nos atraviesan. Cuando nos agreden a las mujeres, también agreden desproporcionadamente y con especial violencia a nuestras familias, sobre todo hijos e hijas. En este sentido también es importante analizar cómo la violencia territorial (el extractivismo y el despojo) y sus vínculos con la ruptura del tejido social de las comunidades, también afecta desproporcionadamente a mujeres, por el tipo de roles que juegan en sus comunidades. Por ejemplo, los procesos de desplazamiento forzado, específicamente desplazamiento interno y exilio, son procesos que violentan y precarizan especialmente a mujeres indígenas, afrodescendientes y campesinas.
Esa violencia expresiva también enuncia mensajes, por tanto, analizar los mensajes que resultan de esas formas de violencia, es clave en este tipo de análisis. Que las mujeres suframos mayor incidencia de agresiones sexualizadas, violencias verbales, violaciones o amenazas cuando somos detenidas, judicializadas u hostigadas, en comparación con hombres, no es casualidad. Esa violencia enunciativa y expresiva de la colinealidad de cuerpos feminizados, o de lo que García (2018) define como cuerpos territorializados, también incluye a los feminicidios y la brutalidad con la que ocurren esos asesinatos. Estas son formas de violencia inscritas en la represión de Estado, no un fenómeno aparte y desvinculado.
Adicionalmente, pasa por entender la violencia, con sus consecuencias no solo en la violentación de derechos civiles y políticos, sino también como la negación de derechos económicos, sociales y culturales, y reconocer que sus consecuencias afectan desproporcionadamente a mujeres, con especial énfasis en mujeres empobrecidas, racializadas y rurales, tanto antes, como durante y después de lo que se ha entendido por crisis. Esto porque debido a labores de cuido y las barreras de restricción en el mercado laboral, las mujeres nos insertamos en mayor medida que los hombres a trabajos precarizados e informales. Pero también porque esas violencias a nuestros cuerpos, familia, comunidad y territorio también tiene consecuencias desproporcionadas en la precarización de nuestros medios de vida, redes, entre otros.
Finalmente, creo que cuestionarnos y analizar lo que entendemos por crisis desde otras miradas, nos permite visibilizar que las violencias y opresiones en Nicaragua nos cruzan de distinta manera a la diversidad de mujeres y grupos poblacionales que habitamos este país, y que construir otras narrativas sobre qué pasa, a quién le pasa, dónde pasa, nos permite construir una agenda política de lucha de cara a la justicia, como sujetes polítiques actives en el proceso de justicia, verdad, reparación y garantías de no repetición. Porque ¡Nunca más sin nosotres!
Bibliografía
Medina García, P. Investig. Fem. (Rev.) 9(2) 2018: 309-326. Mujeres, polifonías y justicia transicional en Colombia: narrativas afrocéntricas de la(s) violencia(s) en el conflicto armado
Segato, R. L. (2013). La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez: territorio, soberanía y crímenes de segundo estado. Tinta limón.